dimarts, 8 d’octubre del 2013

La españolidad de los catalanes y la conexión balear: una visión literaria actual

En su novela reciente Dos amics de vint anys (Dos amigos de veinte años), el mallorquín Sebastià Alzamora imagina un diálogo entre el pensador Julián Marías y sus "dos amigos", el catalán Salvador Espriu y el poeta mallorquín conocido como Bartomeu Rosselló-Pòrcel (el Tomeu del texto). La acción se desarrolla después de proclamada la República, en el marco de un viaje de estudios y turismo que compartieron un buen número de profesores y estudiantes por todo el Mediterráneo. En el momento del diálogo están haciendo escala en un puerto por unas horas y ahí surge la conversación, en la cual aparecen conceptos, palabras e ideas que plasmará Espriu en sus poemas posteriores, pues empezará a cultivar ese género tras la muerte de su amigo, fallecido precisamente durante la Guerra Civil. En la novela, evidentemente, el narrador es, al menos en este capítulo, el propio Salvador Espriu recordando lo pasado anteriormente. "- Ya que estamos en confianza, os quería hacer una pregunta -continuó Julián-. ¿Vosotros sois españoles o qué sois? La crisis del 98, todavía. Como catalán, me sentí interpelado a responder primero: - Sí, si ser español no resultara contraproducente. Miré los muros de la patria mía... Hacía demasiado calor para citas quevedescas. El sudor me dibujaba amplias manchas en la camisa, en el pecho y bajo los sobacos, y Tomeu chorreaba por todos sitios. Julián también sudaba abusivamente, pero eso no lo disuadía de su cuestión: - ¿Y tú, Tomeu? ¿Qué decís los isleños? - Los isleños, no sé. Yo soy republicano -refunfuñó secamente Tomeu, sin siquiera girarse. Pensé que era oportuno darle la vuelta a la tortilla. - ¿Y tú qué dices, Julián? ¿Eres español? Marías se secó la frente con el pañuelo. - ¿Yo? Yo soy concreto. Gramaticalmente, yo sería un infinitivo. Ser, estar, haber, tener. Parece mentira que hayáis leído a Unamuno. Él ya os lo ha dicho bien: "Sois unos niños, levantinos, os pierde la estética" - Pues ya que eres un infinitivo -replicó Tomeu-, hablaremos a tu manera. Mí no apetecer cháchara; tú leer Maragall si desear aprender algo. - Joder -apostilló el madrileño. Se instaló entre nosotros un silencio tan espeso como el aire que respirábamos. El debate político -más guirigay que debate- sobre el estatuto de autonomía, y la crispación creciente entre el gobierno de Companys y el de Azaña, que al cabo de poco más de un año habían de desembocar en los hechos del Seis de Octubre, impregnaban y condicionaban la vida cotidiana de los ciudadanos de la piel de toro, hasta convertirla en una cosa empalagosa y asfixiante. Se suponía que nuestra travesía simbolizaba de alguna manera el talante con el que la República quería encarar la dificilísima tarea de regir y congraciar los destinos de los pueblos de España: juventud, empuje, progresismo, diálogo entre culturas, lenguas y generaciones, apertura al mundo, luz y aliento vital del Mediterráneo fecundo. Si hubiésemos siquiera sospechado el desastre que nos esperaba, quizás nosotros mismos habríamos torpedeado el Ciudad de Cádiz y habríamos dejado sin dilación nuestro país para huir hacia el norte" (nord enllà) (traducción propia)

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